12 septiembre, 2010

Mi Primera Visita al Estadio Chimbote

MI PRIMERA VISITA AL ESTADIO CHIMBOTE

Por: Eduardo Quevedo Serrano

Estadio Vivero Forestal de Chimbote-Perú. 
Imagen de inicios de los años sesenta 
Un domingo de 1968 mi hermano mayor Roger (Coco) y yo vendíamos naranjas en un triciclo de carga por las calles de Chimbote.

Mi hermano tenía trece años de edad, y manejaba el triciclo. Yo tenía siete, e iba sentado sobre la baranda derecha de la canastilla.

Por ese entonces, en nuestra casa ubicada en el barrio San Isidro, mi padre tenía una tienda de abarrotes, frutas, vegetales de panllevar, y también distribuía gaseosas y cerveza.

Las naranjas provenían de este negocio.

Aquel domingo habíamos estado vendiendo por el jirón Derteano del barrio El Progreso, y luego volteamos hacia la derecha con dirección a la avenida Gálvez.

Subíamos la dura cuesta del puente Gálvez con dirección norte. Coco empujaba el triciclo y yo jalaba. Mi hermano estaba preocupado, no habíamos vendido muchas naranjas, y mi papá podía molestarse.

Cuando llegamos a la cima del puente, el ánimo de Coco cambió. Él sonrió, y dijo: “Conozco un sitio donde podemos vender bastantes naranjas”. Y, siguió manejando el triciclo con dirección norte.


“Coco  sonrió,  y  dijo   -Conozco un sitio donde  podemos 
vender bastantes naranjas- , y siguió manejando el triciclo 
con  dirección norte”.  Foto: Cortesía de Miguel Koo Chía
En nuestro trayecto pasamos frente a la calle Simón Bolívar donde se apostaba el paradero de colectivos Nº 14 cuyo recorrido terminaba en la urbanización La Caleta. Pasamos también por el sindicato de trabajadores de la empresa Sogesa (después Siderperú) y el viejo cine Ideal. A este punto Coco giró el triciclo hacia la izquierda, y avanzamos rodeando al coliseo Paul Harris.

Súbitamente, frente a mis ojos se alzó parte de una edificación entonces desconocida para mí. Pude ver un enorme cerco de adobes y ladrillos sin enlucir, una puerta grande, una multitud apostado delante de la entrada, y,
 un griterío entusiasta provenía desde su interior. Era el viejo estadio Vivero Forestal de Chimbote.

La entrada frente a mi vista era la Puerta Nº 1 del estadio, colindante con el coliseo Paul Harris y de cara a la avenida Industrial de Chimbote. Y la muchedumbre congregada frente a este acceso, era la gente que esperaba por La Segundilla.

La Segundilla, era los quince minutos finales de los encuentros de fútbol disputados en el viejo estadio. Las puertas se abrían, y los aficionados que no había tenido dinero para comprar su boleto, entraban gratis a mirar el último cuarto de hora del partido.

Y eso era lo que mi hermano Coco había tenido en mente, cuando pensó en un buen lugar para vender las naranjas.

A mis siete años de edad, la experiencia personal más próxima a lo que estaba a punto de presenciar, eran mis domingos en La Pampa de la urbanización 21 de Abril de Chimbote. El mismo terreno donde hoy se encuentra ubicado el colegio Santa María Reina.

Recuerdo que domingo a domingo, mis hermanos y yo, cruzábamos la pista de la avenida Aviación que separaba mi casa de La Pampa, y en este canchón de tierra veíamos a nuestros primeros héroes del balompié disputar partidos de fútbol por honor y modestos trofeos. Equipos como el Juan Joya, Cenit, Estrella Roja, y el San Francisco de Asís sudaban la camiseta ante una muchedumbre reunida alrededor de los cuatro costados del campo de juego.

Pero aquellos domingos en La Pampa, no me habían suficientemente preparado para este otro domingo de 1968.

Una vez que se abrieron las puertas para La Segundilla, la gente entró corriendo al estadio. Detrás de ellos, y en medio de una polvareda de tierra, mi hermano Coco y yo empujamos nuestro triciclo.

De aquel día en el estadio no recuerdo mucho en realidad. Pero mis escasas remembranzas se quedaron conmigo, tatuadas en mi mente para siempre.

Me impresionó el verdor del gramado de juego. No había visto antes en Chimbote tal extensión de grass. Era más grande que las áreas verdes de la Plaza de Armas y la Plazuela 28 de Julio (hoy Plaza Grau).

Me impactó también el colorido de la muchedumbre en las graderías. La diversidad de atavío, acentuada por la claridad brillante del día, me invadió de luz y algarabía.

Y me gustaron sobremanera los colores de la casaquilla del José Gálvez FBC, porque eran los mismos colores de la bandera de mi patria.

Efectivamente, aquel domingo de 1968, en el gramado de juego, el equipo de la franja roja disputaba la clasificación de la Zona Norte “B” de la Copa Perú, enfrentado al Carlos A. Mannucci de Trujillo. 


Debido a la fragilidad de mi memoria, por mis escasos siete años de edad, no recuerdo a ningún jugador galvista de ese día. 

Lo que sí recuerdo es que por aquellos años en que los días eran siempre soleados en nuestro puerto, al final de los partidos en el estadio la gente “bajaba” en tropel por las calles de Chimbote. Y desde la esquina de mi casa yo los veía pasar.

Cerca de mi vivienda docenas de personas pasaban caminando por la pista. Ellos habían cruzado El Panteón en el barrio El Progreso, habían atravesado también el jirón José Balta y la urbanización 21 de Abril. Muchos, a través de la avenida Aviación, seguirían con dirección a los barrios 12 de Octubre y El Zanjón, y otros hacia San Isidro, Magdalena Nueva y el Dos de Mayo.

Algunos de ellos, en su retorno a casa, se detenían en el negocio de mi padre, y tomaban un par de cervezas “al paso”. Y yo siempre estaba ahí, en medio de los bebedores de cerveza, porque me gustaba escuchar sus conversaciones de mayores.

Ellos decían cosas como que el “Cheva” Mantilla tapaba mejor borracho que sano. O que ni la “Hércules” ni la “Monark”, hacían mejores bicicletas que las del “Moloche” Palacios en el gramado de juego. O que la mujer del “Pepe” Acosta no era guapa sólo de cara, sino también trompeándose en la tribuna de preferencia. O que la “Tía Causera” se estaba poniendo buena.

En fin, dejemos las ocurrencias de estas buenas personas, y volvamos al Vivero Forestal con el partido Gálvez versus Mannucci.

Ya he dicho que no recuerdo a los jugadores de aquel encuentro. Además yo estaba allí sólo para vender naranjas.


“La Ruta de las Naranjas”  en 1968,  vista de sur a norte.  
La línea blanca con puntos indica la ruta. Fuente: © 2010 
Google. Cortesía de Miguel Koo Chía
Pero hay una imagen en particular de ese domingo que sí tengo registrada en mi mente. El instante fue así:

El partido ya había terminado. Algunos de los jugadores se habían retirado a los camerinos. Más de la mitad de la gente seguía 
todavía en las tribunas. Y mi hermano Coco codeó mi costado, apuntó hacia el campo, y me dijo: “Ese gringo es Pepo Mannucci”.

Efectivamente, en el circulo central del gramado de juego, un reportero radial entrevistaba a don Pepo Mannucci, el dirigente histórico y mecenas del equipo trujillano.

En cuanto al encuentro en sí mismo, es parte de la historia saber que ese 
decisivo match terminó empatado uno a uno.

Aquel año, 1968, el Carlos A. Mannucci ganó la Zona Norte “B” de la Copa Perú, y se clasificó para la Gran Final de Lima, donde campeonó y ascendió al fútbol profesional descentralizado.

Para ser honesto, no recuerdo bien si mi hermano Coco y yo vendimos muchas naranjas aquel domingo, cuando visité por primera vez al estadio Vivero Forestal de Chimbote.

Lo que no tengo ninguna duda es que ese día adquirí un amor entrañable por el equipo de la franja roja.

Un amor que se inició en la pureza de la niñez, y que continuó durante el romanticismo de la juventud.

Después, como que me hice adulto. Y las cosas cambiaron.

Pero eso es ya otra historia.
New Hampshire, USA
Agosto, 2010
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