26 septiembre, 2010

Una Vieja Frase Olvidada

UNA VIEJA FRASE OLVIDADA

Por: Eduardo Quevedo Serrano

Entre fines de julio y comienzos de agosto del año 2010 en curso estuve en Chimbote. Viajé por razones familiares, y aproveché la estadía en mi tierra natal para continuar con mis indagaciones acerca de la historia del equipo José Gálvez FBC.

Tenía muchas ideas en la mente, pero pocas pistas acerca de cómo empezar.

Son tantos años fuera de Chimbote, y debo confesar que he perdido contacto con personas y la dinámica misma de nuestro puerto.

Para remediar esta situación, contacté a mi viejo amigo Bernardo Cabellos Sabino.

Él sí tenía una idea clara de las personas y los lugares que deberíamos ver. Y así lo hicimos por varios días.
Otra vez, entonces, me sentí como pez en el agua de Chimbote. Volví a recorrer nuestro puerto con el mismo sentido de novedad de la niñez, cuando deambulaba con mi cajón de lustrabotas buscando clientes. Y con la misma soltura de mi adolescencia, cuando manejaba mi vieja bicicleta por cada vericueto de la ciudad.

De esta manera me fui sumergiendo en un torrente de recuerdos de la historia galvista.

Pero a pesar de las diarias tertulias con gente del ayer, aún no volvía a mi mente una vieja frase que leí de niño y que luego, por varias décadas, devino sepultada en las regiones cada vez más amplias de mis propios olvidos.

La leí a comienzos de los setenta. Y recuerdo que mi cuerpo se escarapeló de pies a cabeza mientras en voz baja musitaba cada una de sus palabras.


Vista actual  del ex local del José Gál-
          vez FBC en  la  cuadra ocho  del  jirón     
Francisco Pizarro de Chimbote, Perú 
Hacia 1972 mi papá había cerrado la tienda de abarrotes que tuvo en nuestra casa del barrio San Isidro de Chimbote, e inició un taller de reparaciones de triciclos y bicicletas en la segunda cuadra de la avenida Buenos Aires, a sólo unos pasos de la cuadra ocho del jirón Pizarro, donde precisamente se ubicaba el local institucional del José Gálvez FBC.

De tal suerte que, durante los años ’70, yo tuve la oportunidad de ver a los jugadores galvistas con la misma frecuencia que uno ve a sus conocidos en el vecindario.

Por aquellos tiempos, frente al local del equipo de la franja roja vivían tres hermanas buenas mozas que eran mis amigas. La mayor y la menor eran enamoradas de dos jugadores galvistas. La otra hermana tenía un gusto posiblemente menos sofisticado, y por algún tiempo fue “mi chica”, que es la manera como entonces llamábamos a los amores tiernos de la adolescencia y la juventud.

Así, la chica y el local galvista fueron dos buenas razones para mantenerme imantado a la octava cuadra de Pizarro.

Durante las noches que podía escapar a la vigilancia de mi padre, me iba para  aprender ternuras de adolescencia y, también, ver a mis ídolos del balompié.

Y uno de esos días por primera vez tropecé con aquella vieja frase.

Para entonces yo entraba al club del Gálvez como si fuera la sala de mi propia casa. Pero esa noche súbitamente reparé en un gran cuadro enmarcado en madera que se encontraba colgado en una de las paredes.

El cuadro tenía una frase impresa con letras negras sobre un fondo blanco, y una franja roja atravesaba diagonalmente la lámina de derecha a izquierda.

Yo leí la frase aquella noche, y todas las noches siguientes. Y siempre con la misma emoción de los años limpios de la temprana edad.

Después de algunos años la olvidé.

Durante mi última visita a Chimbote, alguien me alcanzó una revista galvista que contenía, entre otras cosas, unos breves apuntes sobre la biografía de Víctor Hugo Guevara Herrera, el correcto back central que jugó por el José Gálvez FBC durante parte de la década setenta e inicios de los ochenta.

Noté que la revista consignaba como su fecha de nacimiento el 26 de febrero de 1973. Lo cual, obviamente, era un error pues recordaba que cuando yo inicié la secundaria en el colegio San Pedro en el año 1973, Víctor ya estaba de salida.

Comenté este detalle a mi amigo Bernardo, y él me dijo: “Vamos a preguntárselo a él mismo, él trabaja en el municipio”.

Así que cruzamos la Plaza de Armas de Chimbote, llegamos al local central de la municipalidad y ubicamos a Víctor Hugo. Él señaló que 1953 era lo correcto. Luego conversamos por unos momentos, y a continuación vino una pausa.

Después de este silencio, Víctor me dijo:

“Eduardo, cuando en 1974 yo llegué al local del club en la calle Pizarro, en una pared había un cuadro bien grande. Este cuadro tenía una frase con letras negras y una franja roja atravesada en el fondo. Y la frase decía...”.

Y en ese instante, así, de golpe, recordé la vieja frase olvidada.

Pero Víctor tenía el uso de la palabra, y lo escuché:

“Lucir en el pecho el emblema del José Gálvez FBC es un honor y un orgullo, llévalo con dignidad y con hombría, demuestra que eres un deportista, un caballero, un galvista, un chimbotano”.

Cuando Víctor enunciaba estas palabras, yo ya no me encontraba ahí, junto a él, en su oficina.

Yo había retrocedido casi cuarenta años en el tiempo. Y otra vez era un adolescente. Y una vez más me vi de pie frente al cuadro de madera que contenía la vieja frase. Y nuevamente sentí la fuerza de su mensaje.

Durante aquel instante de reencuentro con mi adolescencia, recité en mi mente la vieja frase. Mientras lo hacía, sentí que un eco repetía mis palabras.

Era la voz de Víctor Hugo que había terminado de decirme la misma frase.

Y yo volví a la realidad.

Era casi el mediodía del martes 27 de julio del año en curso, y debía regresar al barrio San Isidro para almorzar con mi familia.

En el trayecto a casa seguí pensando en la vieja frase olvidada, y en las promesas e ilusiones en general que se olvidan.

Unos días después, en el avión que me traía de vuelta a New Hampshire, los mismos pensamientos venían conmigo.

Una confesión final.

Durante las últimas semanas he tenido la bendita frase en mi cabeza sin poderla evitar.

Este escrito es un intento por liberarme de ella.

New Hampshire, USA
Septiembre, 2010

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